Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

viernes, 18 de noviembre de 2016

Laicismo en el nombre de Dios: El analfabetismo republicano del Congreso chileno


Ilustración: Jorge Zambrano.

El alboroto desplegado por la Cámara de Diputados de Chile, debido a la moción presentada por la diputada Camila Vallejo, desnuda la provinciana noción que tienen muchos[as] de los[as] Honorables acerca de la función republicana. La diputada propuso eliminar la alusión reglamentaria "En el nombre de Dios y la Patria", con que se abren las sesiones de sala del Congreso. Y aunque la propuesta exude obviedad, las quejas y los gritos al cielo en el Hemiciclo redujeron al nivel de la comedia, la comprensión que tiene gran parte del mundo parlamentario acerca del carácter laico de una república. Y esto va más allá de una ingenua pechoñería o de un abierto cinismo. Mientras que el zar de la cocina, el senador demócratacristiano Andrés Zaldívar, ninguneaba la propuesta calificándola de irrelevante y cómo una forma de eliminar la religión de la sociedad, el Presidente de la Cámara, el diputado socialista Osvaldo Andrade, se refería muy seriamente acerca de su eventual falta de sentido. Si por un lado el diputado DC Fuad Chahín interpretaba que la alusión al altísimo no impone ninguna fe a nadie y la diputada Carolina Goic -de la misma tienda- calificaba como inconducente la moción de Vallejo, en otra sorprendente intervención el diputado UDI Felipe Ward consideraba como absurda y poco democrática la iniciativa. En definitiva, para gran parte de la fauna parlamentaria chilensis, discutir y reflexionar acerca del carácter laico del Estado tiene menos relevancia que hablar de agricultura marciana. Y si se trata de lo público y de laicismo, el analfabetismo republicano es prácticamente transversal.

En Chile, muchas veces la idea de lo público y de lo privado se pierde en los surrealistas imaginarios de nuestra arraigada y porfiada despolitización. Específicamente, lo público y lo privado están siendo referidos a quién pone la plata, ya sea al hablar de un establecimiento educacional o de un centro asistencial en salud. En otras palabras, la noción de lo público alude a las arcas fiscales, mientras que la esfera privada es situada en aquella iniciativa o servicio financiado por la propia billetera, por el cash individual. Lo público hace mucho tiempo dejó de referir a un proyecto colectivo de sociedad. Aún más, la noción neoliberal y despolitizada de lo público se ha expresado en la tosca idea de una suma de intereses individuales intersectadas en las fauces del mercado. Y si aquí lo colectivo es igual a la suma de las partes (y no más que la suma de ellas), es lógico que confusamente se interprete la moción de la diputada como un atentado a la libertad de credo. ¿Cómo van a comprender Zaldívar, Andrade, Chahín, Goic, Ward y otros[as] homo sapiens sapiens del Hemiciclo que las prácticas y creencias religiosas se circunscriben a la esfera privada (y no a la pública)? ¿Cómo podrán hacerlo, si en sus imaginarios lo público alude menos al interés colectivo y más a la naturaleza del financiamiento? Así las cosas, es obvio que el laicismo resulte en la Cámara de Disputados una extraña retahíla en una jerga incomprensible, a pesar de que en Chile ya en 1881 se hablaba de instituciones laicas y que en 1925 se separaba la Iglesia del Estado. 

También es lógico que en otras instancias legislativas del orbe la confusión observada en el Hemiciclo chileno provoque al menos la sonrisa compasiva de más de algún homólogo de otro país. Y esto es porque en esas otras instancias legislativas, el lugar de la religión en una república laica ha sido definido con claridad hace mucho tiempo. Un ejemplo de ello es lo que expresó en la década del setenta el entonces Presidente de Francia Válery Giscard d’Estaing (1974-1981). En una tensa conversación acerca de la despenalización del aborto que tuvo en el Vaticano con el Papa Juan Pablo II, el jefe de Estado señaló de manera lúcida al pontífice: “Yo soy católico. Pero soy presidente de la República de un Estado laico. No puedo imponer mis convicciones personales a mis ciudadanos. Como católico estoy contra el aborto; como presidente de los franceses considero necesaria su despenalización”. Touché.

(*) Publicado en la Revista Bufé Magazín, de Concepción - Chile.

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