Fotografía: Sitio web Plataforma Urbana
Desde las movilizaciones estudiantiles del 2011 es que he visto
nervioso a José Joaquín Brunner. Si su excitación viene desde
antes, reconozco que no me enteré. Sólo recuerdo su acérrima
defensa de la operática reforma educacional, aquella que terminó
por desarticular en el 2008 las demandas de la “revolución
pingüina”. Sin embargo, la fuerza que, a partir de la “Primavera
de Chile”, adquirió la demanda por un cambio en 180 grados del
sistema educacional chileno, ha correlacionado significativamente –en
columnas y declaraciones- con la molestia del sociólogo. El anhelo
por el fin del carácter mercantil del sistema educacional (con el
lema “No al Lucro”) irrumpió con tanta fuerza, que el “zar de
la educación superior” comenzó a revolverse incómodo en los
sillones del establishment.
No se trata aquí de cuestionar su calidad académica, sino que
algunas de sus posiciones políticas. En el 2008, cuando se discutía
en el Congreso la reforma educacional chilena (denominada Ley General
de Educación - LGE), calificó
como “escándalo” la posibilidad de que no se
aprobara la nueva versión de la pinochetista ley orgánica de
educación, que maquillaba consolidando uno de los sistemas
educativos más segregadores del mundo. Bajo los ropajes de la
opinión técnico-académica, Brunner fue enhebrando con mayor
cobertura mediática su posición política conservadora. Ya en
agosto
de 2011 encontraba poco seria la demanda por la
gratuidad universal del sistema educativo, señalando
–paradojalmente- que atentaba contra la equidad. Su defensa de la
educación privada, lo ha llevado a cometer –deliberadamente o no-
desvaríos conceptuales insólitos, como cuando sentenció que “toda
la educación [pública y
privada] es pública”.
El 2014 devino con un formato remasterizado del sociólogo. Cuando a
comienzos de año los estudiantes expresaron su oposición a la
designación de Claudia Peirano como subsecretaria de educación (por
su participación directa en negocios educacionales), Brunner
calificó de “narcisista”
la postura estudiantil. Lamentablemente, sus epítetos psicológicos
reflejaron sólo su displicente arrogancia Con la renuncia anticipada
de Peirano, la cual fue aplaudida por el movimiento estudiantil, la
ofuscación del militante del PPD aumentó de tono. Interpelando al
aún no estrenado gobierno de Michelle Bachelet, le auguraba a la
futura administración “(…)
una imagen empobrecida en términos de su capacidad de gobernabilidad
y conducción". Brunner interpretó que los estudiantes le “habían doblado la
mano” a la Presidenta y no que habían desnudado los conflictos de
interés de Peirano.
La última arremetida fue contra el anuncio del actual ministro de
educación Nicolás Eyzaguirre, quien se refirió a la intención del
gobierno de acabar con la selección de alumnos en los
establecimientos públicos denominados “emblemáticos”. Como para
Brunner son el histórico semillero de las élites chilenas, se
preguntaba “¡¿Cómo puede ser que los grandes
defensores de la educación pública le den la última estocada a una
de las pocas fuentes de creación de élites en el sistema escolar
público?!”. Muchos nos preguntamos también cómo el anuncio
de Eyzaguirre puede producir en la mente del experto esas visiones
apocalípticas. Su vehemente defensa de una de las principales causas
de la segregación social de nuestro sistema educativo es
inquietante. Brunner con esas expresiones está reconociendo el
carácter de amenaza del anuncio del ministro, respecto del principio
constitucional de “libertad de enseñanza”, instaurado durante la
dictadura militar. Es probable que para el sociólogo la eliminación
del sistema selectivo en estos “buques insignias” (así les
llama), implicaría que esa élite se educaría con aquellos que
presentan condiciones socioeducativas más desfavorables, lo que
desembocaría en el ocaso de la producción de la crème de la
crème de la educación pública.
Todavía no conozco a nadie que emita declaraciones clasistas y que
reconozca que lo hace. Pero, sí la frecuente defensa y admiración
por las élites -especialmente, las económicas- como rasgo
característico de nuestra cultura neoliberal chilena. En un país
donde más del ochenta por ciento de la población tiene que hacer
piruetas para sobrevivir o para sustentar una “vida digna”
(llámese solvencia económica, más reconocimiento por la posición
social), el estilo de vida de las élites golpea lo más profundo de
la psicología y de las metas de vida las personas. El determinismo
de la cuna y la segregación socioeducativa, son procesos sociales
que permanentemente nos recuerdan que las desigualdades no son
fantasías de espíritus resentidos. Con la excusa del mérito
escolar o académico, la selectividad establece quién forma parte de
algo y quién queda afuera. El problema es que la alusión al mérito
es una falacia retórica que encubre el peso del origen social.
Infelizmente para Brunner, el fin de la selectividad romperá decenas
de muros sociales establecidos por el mismo paradigma educacional que
tanto se empecina en defender.
La tragedia de su conservadurismo es que, al contrario, la apuesta
por el fin de la selectividad y por la incorporación de la
diversidad en toda su amplitud, mejorará con creces el sistema
educativo. Nuestras hijas e hijos se enriquecerán, afortunadamente,
con toda esa polifonía social. Aboliendo el secuestro de clase de
las oportunidades educativas, en el aula convivirá la heterogeneidad
económica, social y cultural. Ese es el anhelo que no lee el
sociólogo; eso es lo que lastima su erudita reacción: que en la
pulcra cubierta de esos “buques insignia”, los niños y jóvenes
dejen de observarse entre ellos a través de la óptica del
privilegio y de la exclusión social.
(*) Publicado en la revista "Bufé Magazín de Cultura" y en El Quinto Poder