La
frase “Chile no te pertenece” es una perogrullada. De tanto
emitirla, ha perdido el peso emotivo de su sentido original, aquel
que aludió al hecho de que el país acabó convirtiéndose, en los
últimos cuarenta años, en el paraíso y en el feudo de unos pocos
multimillonarios. La frase se sigue reiterando como estribillo de
campaña política, pero su leit
motiv
aparentemente parece haber perdido su sustancia. Su contenido hace
tiempo dejó de connotar -para muchos- una vida social que apenas nos
pertenece. Algo así como narcolepsia política. Su impacto es
similar al de un chiste mil veces escuchado, pero que, tras la
repetición, su efecto hilarante deviene en otra cosa: en el
desinterés o en la pérdida de su valor emotivo inicial.
No
es que la frase carezca de fundamento. Sí que lo tiene y con una
vigencia central. Chile es un país que se encuentra en desatada
carrera electoral y con unos niveles de abstención descomunales, en
los últimos tres eventos eleccionarios. Esto último no es trivial.
El desenlace de toda elección es definida sólo por los que
concurren a las urnas y no por aquellas y aquellos que se quedan ese
día –debido a las razones que sean- en sus propias casas. Y no
sólo eso. El que creyó, por desencanto, decepción o desinterés en
el sistema político, que su abstención no influiría en la vida que
vendrá, se equivoca y seguirá equivocándose, al igual que los que
pensaban que la tierra era plana o que el planeta azul era el centro
del universo. Abstenerse es dejar a la deriva o al azar, la esperanza
o la tragedia de la vida de millones de seres humanos.
Chile
es un país con el sueño pesado. Muchos de sus habitantes han
desarrollado la formidable capacidad de poder dormir profundamente
cada noche, con una tranquilidad digna de un instructor de yoga, a
pesar de que millones de chilenas y chilenos viven en precariedad o
miseria socioeconómica. Para muchos sólo les resta la indigna
esperanza de obtener mejores niveles de consumo, en un contexto de
esclavitud. Ahora, en el ballotage,
las alternativas oscilarán entre una señora furibunda que desea
profundizar la dominación neoliberal de los dueños del país y
otra, con look
maternal
y afición al silencio, que hará el ademán de hacerle cosquillas al
poder económico, pero que probablemente dejará intactas
–nuevamente- las estructuras de dominación y explotación.
En
el camino quedaron Meo, Claude, la Roxana y Sfeir, cada uno desdeñado
respectivamente por burgués, arrogante, pobre y hippie. Sin ellos se
irán al despeñadero, al menos por cuatro años, la nacionalización
del cobre y de los recursos naturales, la reforma tributaria y un
impuesto decente a las monstruosas rentas de las grandes empresas.
Atrás quedarán los cambios al sistema político; es decir, la
asamblea constituyente y una nueva constitución; también el fin del
sistema binominal, de los quorum supramayoritarios, del poder fáctico
del Tribunal Constitucional y del poder de veto de una derecha
heredera de la dictadura. Tras bambalinas hibernarán el carácter
público y solidario de la educación, la salud y la previsión
social, así como el cambio en las leyes laborales, la horizontalidad
en la relación con los pueblos originarios y una nueva política
energética y medioambiental.
Todas
estas transformaciones estructurales son vitales, aunque no es común
que sean relacionadas con una existencia digna, ya sea individual y
colectiva. Es frecuente que la mirada se distraiga en las contiendas
que protagoniza casi toda la clase política institucional, perdiendo
el foco en los verdaderos cerrojos de todas las grandes
transformaciones: los grupos económicos. La fuerza de la
re-politización se parece a la noción de que usted tiene cierto
control sobre la casa en que habita. Pero, el éxito del poder
económico-político es hacer que no lo tenga, pero que crea que sí
lo tiene. La idea es que usted crea que la gotera que apareció en la
casa que le entregaron para vivir, o la humedad y el frío que se
filtra por sus paredes, no es debido a una estructura mal construida,
sino que el problema es suyo: usted es el que se pone debajo de la
gotera, usted no enciende la estufa o usted no se abriga bien.
Los
grupos económicos saben perfectamente que Chile les pertenece sólo
a ellos y, haciéndonos creer que de nosotros también, han sabido
transformar la experiencia de subordinación y esclavitud en una
placentera trayectoria de consumo y de infierno crediticio. Ellos son
la constructora que edifica su casa, le concede el crédito, redacta
el contrato, le organiza su deuda, le cobra el préstamo, intereses y
comisiones. Hasta diseña las normas de edificación y decide si
permanece ahí, en caso de que tenga dificultades para pagar. La
historia habla por sí sola. Si usted se pone firme con su reclamo,
le envían la fuerza pública y, en casos desesperados, a los
militares. Le dicen que ante cualquier dificultad, el problema es
suyo. Como nos convencieron de que nuestros destinos dependen sólo
de nosotros mismos, cualquier alusión causal al modelo de desarrollo
que nos oprime, rompe de inmediato la narcótica creencia en que está
fundada nuestra cultura de despolitización.
Usted
puede insistir en que, a pesar de todo, Chile le pertenece. Sin
embargo, piense en una cosa. La constructora que usted eligió y que
hizo su casa, persistirá en que los problemas estructurales que
padece no son tales y, si le cree, buscará -orgulloso de su
creatividad y emprendimiento personal- alguna solución adaptativa.
El asunto es que así el problema ya no será de la casa, sino que
sólo de usted. Y, mientras siga forrando con lo que sea las paredes
y tapando goteras, verá como esas molestas gotas y esa humedad que
corroe las estructuras de lo que usted señala como su hogar, se
convertirán finalmente en el torrente calvario de su tozuda
subordinación.
* Publicado en revista Bufé Magazin de Cultura y en El Quinto Poder
* Publicado en revista Bufé Magazin de Cultura y en El Quinto Poder
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