Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

jueves, 1 de diciembre de 2011

El Contenido Latente del Movimiento Estudiantil y Social Chileno 2011: Una Renovada Lucha de Clases


Algunos están pensando que está en retirada o que, al menos, está tomando una siesta de la cual no se sabe si va a despertar. Otros le atribuyen una fase de desgaste definitivo. Después de siete meses de una movilización estudiantil que se transformó en un gran movimiento social -con un gran respaldo de la sociedad civil chilena y de la comunidad internacional- las expectativas de una educación pública, gratuita y de calidad parecieran entrar en un periodo de incertidumbre. Una diversidad de actores sociales agradece a los estudiantes chilenos el hecho de haber “puesto sobre la mesa” un cuestionamiento profundo al sistema educacional chileno. Hasta personeros del gobierno chileno, en su doble discurso, declaman loas a la gesta estudiantil. Y aunque la clase política parlamentaria y político-partidista pareciera observar estupefacta y con una sorprendente inmovilidad propositiva el curso de los acontecimientos, veremos más adelante que la inmovilidad política no es azarosa.

El ejecutivo apuesta al desgaste del movimiento social; el legislativo –en una proporción importante- también. Es impresionante el nivel de orfandad respecto de la institucionalidad política formal que padecen los estudiantes y esa gran mayoría social que desea cambios estructurales en el modelo de desarrollo chileno. Aún más, el golpe propinado a los estudiantes en el Congreso con la aprobación de un presupuesto paupérrimo en materia educacional, sumada la sordera política frente a las demandas estudiantiles, revela que esta lucha -que se hizo evidente hace siete meses- no es solamente una confrontación entre unos estudiantes “ideologizados” de izquierda (así se les denosta), que reivindican un derecho humano universal y un gobierno de empresarios que defienden el status quo de un mercado educacional. Las contiendas políticas –emulando metafóricamente la terminología freudiana- tienen un “contenido manifiesto” y un “contenido latente”.

El contenido manifiesto consiste en la oposición de intereses en juego ya explicitados en espacios televisivos, en los análisis de respetados intelectuales y académicos, en una variedad interminable de sesudas columnas y de reportajes periodísticos. También en declaraciones de los dirigentes estudiantiles, en las consignas vitoreadas en las calles, en las aseveraciones de personeros de gobierno e, incluso, en las opiniones vertidas por un variopinto y selecto grupo de parlamentarios y políticos chilenos. Sin embargo, existe un contenido latente que, desde los inicios de la bicentenaria república criolla, provoca escozor y violentas reacciones cada vez que se rescata de los húmedos sótanos del análisis político: La jerarquización oligárquica y socioeconómica de la sociedad chilena, la colusión de las élites y la lucha de clases y sub-clases, que muchos creían extinguida bajo los ladrillos derrumbados del Muro de Berlin.

La jerarquización oligárquica constituye la columna vertebral de la estructura sociocultural, institucional, económica y política chilena. En la actualidad, esta oligarquía de “quinta generación” o la “quinta versión de las élites” -tal como la ha denominado el historiador chileno Gabriel Salazar- opera organizando “redes sociales y grupos de presión para actuar fuera del Estado, sobre el Estado y en los intersticios del Estado (Salazar, 2010; p. 100. Conversaciones con Carlos Altamirano. Memorias Críticas)”. La sublevación contra el Presidente José Manuel Balmaceda (1881) es un espléndido ejemplo de como las élites –distribuidas entre liberales y conservadores- deciden y actúan en conjunto, cuando su posición económica y su capacidad de influencia política se ven amenazadas. Incluso es posible observar cómo pueden operar atacando directamente a la institucionalidad. Cuando Balmaceda decide desprivatizar el oro del Estado y crear un Banco Fiscal, las élites (las familias) pusieron el grito en el cielo. Los recursos públicos iban a ser retirados de los bancos privados, lo que asestaría una seria estocada a los intereses oligárquicos. Hasta los liberales, sector político al que pertenecía Balmaceda, se volcaron contra su gobierno en colusión con la insurrección conservadora. No hace falta extenderse en analizar el golpe militar de 1973, en el cual la oligarquía, al ver amenazado seriamente su patrimonio y su influencia política para mantener su posición de privilegio económico y de jerarquía política, arrojó contra la institucionalidad y la sociedad civil chilena los corvos y las balas castrenses durante 17 años.

Las reglas del juego democrático –la gran mayoría lo sabe o lo intuye- son diseñadas con precisión nanométrica para resguardar los intereses de las élites. Y en ese escenario, cuando se trata de proteger estos intereses, la institucionalidad “democrática”, las normas que regulan las decisiones políticas y sus actores (gran parte de la clase política) ocupan un papel secundario. 4459 familias o 114 grupos empresariales en Chile controlan hasta el precio que se tiene que pagar por un paquete de fideos o de arroz en el supermercado, cuánto dinero recibirá una persona en su jubilación, el costo de una atención médica, el valor de un pasaje o de una llamada telefónica o lo que será  informado u omitido en los medios de  comunicación y, para coronar este ejercicio plutocrático, hasta las leyes de la república. Son el 5% más rico de la población, cuyos ingresos superan en 830 veces al 5 % más pobre (analizar Encuesta CASEN 2009). Según el Índice de Inserción Laboral que publica la Fundación SOL (2011), un 70 % de los chilenos en edad productiva (trabajadores estables, inestables y desempleados) tienen una inserción laboral precaria o están desvinculados del mercado del trabajo. Esta situación presenta niveles desoladores si se considera que un 57% de los que tienen algún tipo de remuneración, reciben menos de 300.000 pesos mensuales (579 dólares). Un spot aparecido en Youtube  (30/11/2011) señala que 640 mil chilenas y chilenos viven con menos de mil pesos (1,93 dólares) al día (http://www.youtube.com/watch?v=A0eKCCZrlRQ). Es decir –tal como lo señala el spot- si compran un paquete de pañales, ese día no comen.

La lista de aspectos de la vida cotidiana que controla esta élite es extensa. Y la estructura social chilena se ha mantenido –con algunas variaciones- incólume en estos doscientos años de vida republicana. En tal contexto, resumido pobremente en estas líneas, cabe preguntarse qué significa el movimiento estudiantil del 2011 -el cual ha recibido un enorme apoyo de la sociedad civil- y, por otra parte, debido a qué razones la clase política llamada “progresista” y/o de “izquierda” (parlamentarios y partidos políticos) ha sido completamente inefectiva en materializar la demanda social, dentro de los cauces institucionales. Ante la primera pregunta (la cual tiene muchas probables respuestas) es posible plantear que la movilización social liderada por los estudiantes chilenos ha puesto en tensión el tradicional “equilibrio de clases” que la oligarquía se ha esforzado en mantener a toda costa. ¿Qué significa esto? significa que la demanda por una educación pública, gratuita, de calidad e inclusiva de los pueblos originarios, infringe un duro golpe al negocio multimillonario de las élites y, en el caso de su concreción, abre las puertas hacia la desprivatización de otras áreas estratégicas del desarrollo, como lo son la salud, la previsión social, los recursos naturales y el medio ambiente, entre otros.

La lógica de los derechos fundamentales conculcada por la movilización social entra en coalición directa con el status quo de las élites, amparado por gran parte de la clase política y resguardado -en última instancia o simultáneamente- por la bota militar, la represión policial o la militarización de zonas territoriales donde están afectados los negocios de la oligarquía, como es el caso de los continuos ataques propinados a las comunidades mapuche, en el sur de Chile. La desprivatización reorganiza las correlaciones de fuerzas económicas y políticas, además de generar cambios socioculturales importantes, a mediano y largo plazo. La lucha de clases no es sólo una disputa armada, como algunos desean hacer creer y, muchas veces, atemorizar a la opinión pública. Consiste en una confrontación de intereses donde se pone en juego un cambio estructural y decisivo de la sociedad, su institucionalidad y su organización sociopolítica y económica. La sociedad chilena debe volverse progresivamente consciente, en la manera más extensa posible, de que la represión policial al movimiento estudiantil (agresión) y la apuesta gubernamental a su desgaste (negación) son respuestas de clase. Son réplicas de clase ante el peligro de modificaciones sustantivas y completas en la estructura sociocultural, económica y política chilena. La oligarquía y la clase política al servicio de sus intereses, mancomunadamente, defenderán a cualquier precio el status quo estructural chileno. Aquí se defiende el patrimonio de las élites y su hegemonía económica y política.

¿Por qué, entonces, después de siete meses de movilización social, de un bajísimo respaldo ciudadano al gobierno de Sebastián Piñera y de un formidable apoyo nacional e internacional a las demandas estudiantiles, el sistema educacional chileno -probadamente deplorable- seguirá en las mismas o peores condiciones? Tal como señala Mario Waissbluth, coordinador nacional de Educación 2020, alrededor de un 40% de los egresados de la enseñanza secundaria chilena no entiende lo que lee (analfabetismo funcional). De los que ingresan a la educación superior, un 40 % acaba desertando y endeudado, un 30 % termina con un título que no sirve y con el cual no podrá pagar su deuda y sólo un 30% logra egresar con un título que le permita una inserción laboral, al menos adecuado o con algún grado de dignidad. La educación superior chilena cuenta con los aranceles más caros del mundo, donde son las familias las que terminan endeudándose para financiar, no sólo las actividades académicas, sino que la expansión del sistema privado, es decir, el negocio de las élites.  

En el caso de la educación escolar, Valentina Quiroga, directora de políticas educativas de Educación 2020, desmiente la idea de que la educación particular subvencionada sea mejor que la educación municipal. Ambas han mostrado resultados equivalentes, pero el mito que sitúa a la educación municipal en una posición social menor, se debería a la cultura aspiracional y clasista chilena, socializada por las élites. Se busca parecer con mayor status social; se cree que los estudiantes establecerán mejores redes sociales y “contactos” para el futuro (desde una perspectiva socioeconómica), si ingresan a un establecimiento “particular” subvencionado o completamente privado. Del mismo modo, muchos profesionales provenientes de segmentos socioeconómicos de menores ingresos realizan grandes esfuerzos por asociarse a las élites o, al menos, para relacionarse laboralmente con aquellos que se vinculan directamente con ella. No sólo se trata aquí del legítimo anhelo de movilidad social, sino de una intensa necesidad aspiracional, de corte clasista e, incluso, racista, asociada al consumo, no sólo de bienes materiales, sino también culturales, que las personas relacionan con una cierta posición social y económica más “elevada”. El fin de la “conciencia de clase” es un gran triunfo cultural de la oligarquía chilena.

En tal sentido, los vectores -por todos conocidos- del sistema escolar en Chile van dirigidos hacia la privatización de la educación primaria y secundaria, con subvención del Estado. Es el tiro de gracia a la agónica educación pública, la cual estará destinada (en exigua cantidad y calidad) a la población más vulnerable. Es decir, a los “no clientes”, a los “no rentables”, a menos que puedan cumplir el rol de bypass de los dineros públicos hacia las arcas privadas, mediante becas y microcréditos. La segmentación socioeconómica chilena se ve reflejada, por tanto, en el apartheid educacional, donde hay escuelas, centros de formación técnica, institutos y universidades para “pobres” y otros para “ricos”. El desmantelamiento de la educación pública, ya sea escolar o superior, está a la vuelta de la esquina y es orquestada por la oligarquía chilena.

Desde esta perspectiva, la atribución causal de esta desoladora situación a una eventual irresponsabilidad del Estado y de la clase política, es una verdad a medias. El Estado no es una entidad unitaria. Nunca lo ha sido, a pesar del discurso proveniente del campo de la política y que algunos cientistas sociales han ingerido sin masticar, ni digerir analíticamente. Es un entramado de redes y de luchas de intereses de clases y subclases, donde la oligarquía presenta una clara hegemonía. En tal sentido, la segunda pregunta que interroga por la ineficiencia (e inefectividad) de la clase política “progresista” para generar cambios estructurales significativos, lleva a suponer que una parte importante de ella termina siendo cooptada por las élites o ya forma parte de ellas. Esto no es una novedad; es una condición estructural de la historia política chilena.

En la discusión del presupuesto educacional 2012, la oposición chilena que había esbozado simpatías con las demandas estudiantiles, abandonó la sala en la votación de la cámara alta y poco después –en la cámara baja- pierde su postura contraria a la propuesta del gobierno, con votos opositores “independientes”. El caso del diputado “obrero” René Alinco es un caso más en la historia de los políticos cooptados, quien apoyó directamente con su voto la vergonzosa “revolución educacional” de Piñera. Las élites pueden tener diferencias ideológicas en los espacios públicos (“izquierda” y derecha), como las que se observan en el Congreso. Pero estas diferencias se ven soslayadas cuando se trata de dirimir temas que afectan el patrimonio económico-financiero o la influencia política. En ese nivel pasan a segundo plano estas diferencias, trabajando las élites conjuntamente para mantener el status quo estructural.

¿Qué significa, entonces, el movimiento estudiantil 2011? Implica, entre muchas cosas, una recuperación en el lenguaje de aquellas definiciones que la oligarquía ha intentado con esmero en ocultar. La transformación de los requerimientos del movimiento estudiantil en demandas de cambios estructurales constituye una seria afrenta a los equilibrios de fuerzas, a los intereses de clase que las élites desean a toda costa mantener. Reestablece y actualiza la noción de “conciencia de clase”, la que había sido reemplazada por la anómica visión del hombre o de la mujer emprendedora e innovadora, con gran capacidad y creatividad para realizar negocios, con una gran capacidad de consumo y, por sobretodo, con el sueño dorado de acercarse o formar parte del grupo selecto de las élites. El comienzo del repliegue cultural del arribismo social y la emergencia de la conciencia de que esta lucha es una confrontación de intereses de clase, se lo debemos en gran medida a los estudiantes chilenos movilizados. A este gran movimiento social que, tal como han declarado los mismos dirigentes estudiantiles, llegó afortunadamente para quedarse.

martes, 20 de septiembre de 2011

Las Manos entrelazadas de los Chilenos en Alemania: Discurso Inaugural de la Gran Fonda de Berlin



Fotografía: Pablo Ocqueteau.


Señoras, Señores, Amigas y Amigos:

En nombre del Comité Organizador de las Fiestas Patrias, me corresponde el honor de dirigirme a ustedes para dar la bienvenida a un nuevo aniversario de nuestra Independencia de la República de Chile. Saludamos a todas y todos los que hemos trabajado para hacer posible esta actividad y que disfrutaremos juntos como verdaderos hermanos, en honor a nuestros héroes de la independencia de Chile.

Saludamos a nuestros Artistas y Músicos, que nos llenarán de alegría con sus canciones, nos harán sentir y recordar nuestra querida patria en este día tan especial para todas y todos los chilenos. Saludamos a nuestros jóvenes y a nuestros amigos latinoamericanos y alemanes que nos honran con su presencia.

Septiembre es un mes de trascendencia histórica para los chilenos. Marca el principio y el fin de muchas alegrías y trágicos recuerdos, desde el inicio de su independencia y durante su vida republicana. Septiembre nos recuerda y nos trae a la memoria las grandes gestas de nuestros héroes y de hombres que dieron sus vidas por los más nobles ideales de soberanía, democracia y justicia social.

Hoy celebramos 201 años de vida como nación libre y soberana, pero el Bicentenario pasó con mucha pena y poca gloria. Lo recordaremos por el gran terremoto y tsunami que destruyo la mitad de Chile, el derrumbe de la mina San José, que marcó un hito en la historia de Chile y por la perseverancia de los familiares que llevó al Gobierno Presidido por don Sebastián Piñera a tomar la determinación de rescatar a los 33 mineros con vida.

El Gobierno Presidido por don Sebastián Piñera, que llegó también con el Bicentenario, a un año y medio se encuentra con grandes problemas.  Su agenda cargada de populismo se ha desmoronado como un castillo de arena. Los conflictos se multiplican y no se ve una solución a corto plazo.

Como sabemos, es nuevamente de candente actualidad el tema de la reforma educacional en nuestro país: Las calles, plazas y puentes de todas las ciudades a lo largo de Chile se han transformado en las arterias por donde fluyen y circulan miles de estudiantes y ciudadanos, entonando y gritando las demandas por cambios estructurales en la educación, los que -a su vez- exigen cambios  sustanciales en el paradigma  económico, en el carácter y rol del Estado y, en su conjunto, en el pacto social-constitucional del país. Desde hace meses las movilizaciones no han cesado, recuperándose y adaptándose algunas consignas de antaño, cantándose nuevas que apuntan críticamente al corazón del modelo social y económico financiero neoliberal actual: el mercado, el endeudamiento, el lucro, la inequidad.

Y si bien inicialmente parecía que se hubieran abierto, al fin, las Grandes Alamedas, marcando la llegada de la hora histórica anunciada por el discurso final de Allende, el desarrollo de los acontecimientos nos recuerdan que estamos en un régimen político dirigido por la derecha chilena, heredera de las prácticas de la dictadura militar y verdadera fundadora del régimen neo-liberal que busca resguardar. Y mientras los jóvenes copan el cuerpo de Chile y la represión se enfurece, suenan los cacerolazos del apoyo ciudadano, recordando el tiempo de las protestas.

No es extraño que el movimiento estudiantil actual encuentre un tan amplio respaldo ciudadano. En la categoría de “deudores” respecto de un grupo legalmente abusivo y corrupto de “acreedores”, se encuentra la mayoría de los chilenos que grita y cacerolea su apoyo a los estudiantes. Porque no sólo los estudiantes viven en el principio de la desigualdad, sino que la mayoría  social chilena actual lo sufre en carne propia.

Así, el movimiento estudiantil, aparentemente sectorial, constituye un “movimiento social” que tiene un carácter radical, en cuanto busca revertir el principio neoliberal de la desigualdad que construye la sociedad actual. Busca revertirlo por el principio de la igualdad social (basada en un sistema de “derechos sociales ciudadanos”), principio que, desde la esfera educativa chilena, se propaga como fragancia de nueva primavera a todas las esferas de la sociedad.

Este movimiento ha comenzado a recuperar lo político para la sociedad civil, poniendo en cuestionamiento la lógica de la política intramuros y, con ello, el modelo de seudo-democracia y de legalidad que no ha cortado el cordón umbilical con la dictadura. Se trata de una política deliberativa en el más amplio sentido de la palabra, que trasciende los esquemas partidarios (a pesar de las militancias personales de algunos dirigentes). El movimiento muestra cómo, a través de la orgánica de las bases movilizadas, con el apoyo de las redes comunicacionales (“política en red”), se ejerce el poder de la gente en el escenario público, presionando por la transformación de las estructuras.

Así, las movilizaciones estudiantiles y sociales que hoy se desarrollan a partir de las demandas por la educación, no sólo “ciudadanizan” lo educativo y lo sitúan como base fundamental del proyecto de sociedad, sino que dan cuenta de la crisis del sistema político, cuestionando y transgrediendo la “democracia de los acuerdos”, consagrada como principal herramienta para neutralizar y postergar las demandas sociales.

Esta nueva política encuentra su expresión manifiesta en un tipo de protesta social que rompe los marcos impuestos, tanto por la cultura del terror de la dictadura, como la del “bien mayor” de la transición. A través de una incansable apropiación del espacio público y, en general, a través de prácticas corporales de no-violencia activa, el movimiento ha generado múltiples acciones culturales en un lenguaje rico, plástico, inclusivo y audaz, que interpela el cerco de la represión  policial y de los medios que criminalizan la protesta.

En efecto, el pacto social educativo alcanzado en los “60 y 70” fue el fruto de una larga lucha dada por muchas generaciones, desde mediados del Siglo XIX. Proceso y lucha que consistió básicamente en la voluntad política progresiva de arrancar a los niños proletarizados dell mercado laboral, para escolarizarlos, como una vía hacia una sociedad más equitativa y como un camino de emancipación social y cultural. Aquí radica la densidad histórica de este movimiento, produciendo a su paso una irrupción de memoria histórica en el seno de la ciudadanía: la memoria de los padres y abuelos que marchan y “cacerolean” su apoyo a la nueva generación que está recogiendo y tejiendo a su modo la hebra de nuestra historia.

En su triple carácter  dado por su alcance revolucionario anti-neoliberal, por la recuperación de la política para la sociedad civil y por su conexión con la historicidad profunda del movimiento popular de Chile contemporáneo, el actual movimiento ciudadano que los estudiantes de nuestro país aparecen encabezando con fuerza, decisión y clara vocación de poder, recoge y reinstala las dimensiones más consistentes que la frustrada transición chilena a la democracia sacrificó.

¡Saludamos al movimiento estudiantil y solidarizamos con su lucha!

¡También saludamos la lucha permanente de nuestro hermano pueblo mapuche y estamos siempre dispuestos a solidarizar con ellos!

¡Viva un Chile solidario y no excluyente!

¡Viva el 18 de Septiembre!

Muchas gracias.

Comité Chileno Organizador de las Fiestas Patrias de Berlin - Alemania.

Berlin, 18 de Septiembre de 2011.



domingo, 28 de agosto de 2011

Solidarität: Mensaje fraternal de las chilenas y chilenos movilizados en Berlin

Foto: Héctor Barrientos - Berlin.

Queremos, las chilenas y chilenos movilizados en Berlin, agradecer con la mano en el corazón a todos esos miles de jóvenes, a todos los trabajadores, a los pueblos indígenas de nuestro país, a las mujeres, a los grupos sexuales alternativos, a todas y a todos que desde allá, desde esa tierra lejana llamada Chile, a más de 12 mil kilómetros de distancia, están cambiando la historia, nos han hecho mirar el futuro con esperanza, nos han dado un ejemplo maravilloso de democracia, de soberanía y de humanidad.

Nos han despertado del mito. Sí, nos han despertado de esa absurda falacia que nos hizo creer por mucho tiempo que el modelo neoliberal en que se ha construido la educación chilena en los últimos 30 años, era la única forma de comprender el desarrollo de las personas y de la sociedad. Miramos desde la distancia la primavera chilena, que se ha levantado con fuerza y con una poderosa voluntad histórica, para detener el avance de aquellos que han mercantilizado con los sueños de movilidad social de cientos de miles de jóvenes y de familias chilenas.

¿Cómo no vamos a estar orgullosos las chilenas y chilenos que vivimos en Berlin, aquí tan lejos, juntos a nuestras amigas y amigos alemanes, junto a la solidaridad de cientos de ciudadanos del mundo, de la inteligencia, de la humanidad, de la claridad y del profundo espíritu democrático que han demostrado los estudiantes chilenos? ¿Cómo no sorprendernos de la tremenda altura con que los estudiantes movilizados han argumentado su plataforma política, frente a un gobierno intransigente que no desea por ningún motivo dejar de lucrar con los sueños de nuestros hijos?

Por eso queremos que esos mismos estudiantes chilenos sepan que nosotros, desde Berlin y desde todas las ciudades del mundo, estamos movilizados, apoyándolos y que no bajaremos los brazos hasta que la voluntad del pueblo chileno se haga carne, se concrete y venza -con la fuerza de las ideas- al egoísmo, a la dominación del capital, al tráfico de sueños que ha transformado el tesoro de un país, que es la educación, en un instrumento de perpetuación de la desigualdad y del sufrimiento colectivo. ¡Qué linda primavera democrática está renaciendo en la historia de Chile, gracias a ustedes los estudiantes! ¡”Que vivan los estudiantes”! –decía como una visionaria nuestra Violeta Parra.

Qué viva la esperanza de nuestros jóvenes de Buin que estuvieron en huelga de hambre, cuya convicción se acercó a los límites de sus propias vidas, para enrostrarle con crudeza al Gobierno y a la clase política, que la educación, los sueños y la vida de los chilenos no tienen nada que ver con las conductas de comprar y de vender. Chile nunca será el mismo después de estos grandiosos acontecimientos y del sacrificio que están realizando cientos de miles de jóvenes de nuestro país. Porque los estudiantes chilenos no serán derrotados ni por la histeria, ni por la amenaza, ni por la fuerza de las armas, ni por los insultos, ni por la represión policial, ni por las incesantes campañas de menoscabo que han sufrido los estudiantes en estos tres meses de movilización. Chile ya no es el mismo, para fortuna de su pueblo.

Queremos agradecer a los estudiantes mapuche que, a través de la Federación Mapuche de Estudiantes participante de la CONFECH, han coloreado de multiculturalidad las reivindicaciones estudiantiles y de inclusión democrática. Y no sólo con relación a los pueblos originarios de Chile, que han sido criminalizados y dominados por este sistema opresor y homogeneizante, sino que también respecto de todas las formas de vida culturales que demandan para el nuevo sistema educativo, la inclusión de todos los géneros, de todas las culturas ancestrales, de todas las formas de pensamiento respetuosas de la diversidad y del aprendizaje recíproco. Eso que llamamos Chile, en realidad son muchos Chile, conformado por una infinitud de culturas, grupos y pueblos que desean crecer y desarrollarse a plenitud y no transformarse en una sola masa homogénea de consumidores, sin más función que llenarle los bolsillos a unos pocos en Chile.

Las chilenas y chilenos en Berlin, junto a la solidaridad alemana e internacional, estamos sumando cada vez más fuerzas para apoyar el avance hacia un sistema educacional público y estatal, gratuito, laico y multicultural, inclusivo para todas y para todos, como una causa justa e inclaudicable. Sabemos que ésta, la lucha por un sistema educacional con profundos valores democráticos de igualdad y equidad, es la primera de las luchas por un Chile mejor. Por eso estamos reunidos aquí, libres y diversos, libres y en conciencia, más allá de cualquier bandera partidista, más allá de cualquier forma de pensamiento que pretenda imponerse, apoyando a los estudiantes chilenos, aunque estemos despojados de nuestros derechos políticos fundamentales aquí en el extranjero.

Pero eso no nos importa, queridas y queridos estudiantes chilenos. Nos sentimos orgullosos de la gesta histórica que han comenzado. Con húmedos ojos los acompañamos, con la profunda emoción de avanzar hacia una educación pública, gratuita, sin lucro, laica y multicultural. Desde Berlin estamos movilizados, sumamos fuerzas y persistimos, más allá de las fronteras. Por eso persistan, queridas y queridos estudiantes. Persistan. Porque la causa que los convoca y nos convoca, no sólo es un precedente para Chile, sino un invaluable regalo para la historia de la humanidad y para sus generaciones futuras.

¡Vivan los Estudiantes Chilenos!

¡Vivan los estudiantes, sus familias y todo el pueblo movilizado!

Un abrazo fraternal desde Berlin - Alemania.

jueves, 16 de junio de 2011

El Controvertido Debate sobre el Matrimonio Homosexual en Chile: Las Lecciones del Arte a la Política


Fotografía autorizada por el autor, Christian Demarco, de su colección "Private Party".

Al final todo se vuelve más nítido cuando las cartas se ponen sobre la mesa. Cualquier debate se constituye en un espacio revelador cuando las posiciones se encuentran de modo controvertido, cuando los paradigmas de base o los valores subyacentes al despliegue de argumentos son desnudados, cuando -al fin y al cabo- los nerviosos jugadores se ven obligados a mostrar sus tiradas. Al enseñar las cartas se definen  muchas cosas. Los dimes y diretes con relación a la legitimidad del matrimonio homosexual o de ese controvertido proyecto denominado “Acuerdo de Vida en Común (ACV)”, han revelado significativamente las grandezas y bajezas transparentadas en esta discordia. Especialmente, con relación al status quo hegemónico que pone a las formas de vida heterosexuales en un sitial de legitimidad y validez inamovible, no sólo en términos de identidad sexual, sino que también atribuyendo a la relación entre un hombre y una mujer la calidad de única forma de constituirse en pareja, de formar una familia y de hacerse cargo del desarrollo y del cuidado de nuestras niñas y niños.

El debate ha tenido por momentos el carácter de forcejeo, pero también un tono revelador respecto de aquellos paradigmas que lo sustentan. Hace mucho tiempo –quizás demasiado- que se dejó de pensar en una dualidad identitaria sexual, que además era naturalizada, pero que aún se respalda majaderamente. Por eso es que la presentación del escritor chileno Pablo Simonetti ante la Comisión Constitucional del Senado que analiza el Proyecto ACV, desbaratando cada uno de los argumentos en contra del matrimonio igualitario y señalando que “la igualdad de derechos es un bien superior de la convivencia democrática”, es una  exposición notable en términos de ética política y de riqueza formativa con relación a los valores de tolerancia, igualdad, libertad y fraternidad, requeridos con urgencia en las sociedades humanas.

Simonetti reivindica ante los legisladores la legitimidad y la dignidad de cientos de personas excluidas en Chile de un tratamiento jurídico igualitario y del respeto social coherente con los grandes valores que exige una democracia de primer nivel. Es decir, a las chilenas y chilenos el escritor nos sube la vara en un terreno, no sólo ético, sino que también en términos del análisis político: nos enrostra con una cortesía formidable nuestras propias pequeñeces e hipocresías y nos revela cómo hemos llegado tan lejos en la negación de la legítima “otredad” (ver http://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2011/06/16/por-un-matrimonio-igualitario/).

Pero también en el terreno artístico se han expresado estos argumentos. Una muestra de ello es la exposición fotográfica que hace pocos días realizó el chileno Christian Demarco en el barrio Kreuzberg de la cosmopolita Berlin. El despliegue fotográfico denominado "Private Party", que fue objeto de una gran concurrencia en el día de su inauguración, se expresa como el registro de un concurso de belleza poco tradicional realizado en el club Fausto, en Santiago de Chile, un espacio legendario de la escena gay-trans y que abrió sus puertas en los oscuros tiempos de la dictadura de Pinochet. Demarco nos señala, a través de las imágenes de este certamen de belleza travestido, que otras identidades sexuales coexisten con aquellas legitimadas culturalmente, pero que se reivindican en pequeños espacios cargados de una atmósfera oscura y reservada, para protegerse de los golpes del prejuicio y del estigma (ver http://www.flickr.com/photos/demarco/sets/72157626524435431/).

El logro de Demarco no es sólo artístico-fotográfico. Ni tampoco solamente en términos de extraer la belleza y la humanidad de otras formas de vida e identidades sexuales negadas socialmente. En aquella sala de la capital alemana, la secuencia de imágenes revela el poder integrador que el oficio artístico provee a la reflexión social y política. Un artista visual y un escritor, así como muchos otros, han debido traspasar las fronteras de su producción estética, para poner en la mesa realidades que la clase política se ha negado a reconocer.

Simonetti tuvo que dar un paso más allá. Señalarle al legislador que se atreva a cambiar la historia, mostrándole –también desde su condición homosexual- toda la baraja de razonamientos que revelan el carácter antidemocrático de la reticencia al matrimonio igualitario. Esa es la jugada maestra del arte: devolverle a la reflexión política chilena el principio democrático de igualdad en la diferencia que, la mayoría de las veces, ha olvidado la conducción política de la convivencia social.

jueves, 26 de mayo de 2011

Chilenos(as) en Berlin y el Repudio Global a Hidroaysén: Desde la Brandenburger Tor contra el Colonialismo Corporativista.



No sé si fue el hastío, la vergüenza, la rabia o la impotencia. O, sencillamente, la pena. O todas esas emociones juntas, imbricándose en una vivencia generalizada de malestar que excede la mera dimensión psicológica, para alcanzar los terrenos de la movilización social. Porque uno no se queda impávido siendo testigo de como, a más de doce mil kilómetros de distancia, la codicia desenfrenada del capital internacional, mediante la complicidad del gobierno empresarial chileno, ha iniciado un proceso en múltiples frentes, no sólo de depredación medioambiental, sino que de desmantelamiento de la voluntad popular y de sus anhelos de una democracia profunda, celosa de su biodiversidad y de su multiculturalidad. Esa emocionalidad resultante, esa irritación colectiva canalizada a través de las redes sociales virtuales, se expresó tanto en Chile, como en Berlin y en otras importantes ciudades del orbe, en la  forma de protesta social contra el megaproyecto Hidroaysén.

El negocio de Hidroaysén no inicia este proceso depredador, sino que se constituye como un capítulo doloroso más de la tragedia sociopolítica chilena. Aunque todos sabemos que los cuatro gobiernos concertacionistas chilenos hicieron del modelo neoliberal su lógica operacional, cerrando todas las vías para avanzar hacia una verdadera democracia participativa, también es cierto que en este proceso de des-democratización, el actual gobierno empresarial chileno ha pulsado el acelerador a fondo. Se trata de un colonialismo corporativista extremadamente sofisticado. Ya a fines de 1972, en un discurso visionario de extraordinaria vigencia para los actuales procesos sociales, políticos y económicos que vive Latinoamérica, el Presidente chileno Salvador Allende Gossens advertía, ante la asamblea general de las Naciones Unidas, sobre la falta de control de las multinacionales y de los efectos nefastos del poder opresor de las grandes corporaciones internacionales por sobre los Estados, su institucionalidad y la voluntad soberana de los pueblos (ver http://www.youtube.com/watch?v=knewNLlpkMw&feature=share).  

Por eso no es trivial cuando se sugiere prestar mucha atención a todos aquellos argumentos que intentan desacreditar los sucesos de protesta social acaecidos en Chile y en el mundo, en el contexto de rechazo al megaproyecto de Hidroaysén. Aún más, se vuelve hoy en día políticamente urgente detectar y desentrañar la colusión de intereses corporativos -y que alcanzan a la clase política- los cuales se esfuerzan en asignar a la protesta social un carácter exclusivamente doméstico, efímero y aséptico, sin relevancia para el devenir político, social y económico de Chile y del mundo. No es para nada irrelevante advertir, que así como se intenta restar importancia a la voluntad popular, aquella expresada mediante el ejercicio efectivo de su derecho legítimo a la protesta social, también se ha esmerado la clase política y el capital en criminalizarla, como ha ocurrido durante las últimas dos décadas de democracias formales en Chile.

Es por eso que los sucesos de protesta presenciados en el mundo tienen un profundo valor simbólico, con consecuencias políticas relevantes. El viernes 20 de mayo de 2011, alrededor de doscientos chilenos acompañados de la solidaridad de ciudadanos alemanes y de otros países, se reunieron frente al número 42 de la elegante y céntrica Mohrenstrasse, donde está ubicada la Embajada de Chile en la cosmopolita capital alemana.  Este hecho político no sólo se erigió como expresión de rechazo al negocio de Hidroaysén, sino que también operó como punto de concurrencia de expresiones de repudio ante otras situaciones antidemocráticas que se viven en Chile, como la vergonzosa aplicación de la Ley Antiterrorista, la persecución política y el encarcelamiento dirigido a comuneros mapuche; la criminalización de la protesta social de estudiantes, trabajadores y pueblos indígenas; el desmantelamiento de la educación pública, la desigualdad y la exclusión en múltiples ámbitos del desarrollo; además de un sinnúmero de situaciones que echan por tierra cualquier argumento autocomplaciente alusivo a una supuesta solidez de la democracia chilena.

Mientras la marcha avanzaba hacia la histórica Puerta de Brandenburgo, era posible observar como muchos de los chilenos y chilenas reunidos en ese acto de protesta social no se habían visto nunca antes de ese 20 de Mayo. Congregados en un contexto de gran diversidad e incluso movilizados por reivindicaciones políticas diferentes, pudieron construir un mensaje de solidaridad para la naciente movilización social chilena. Y aunque las exclamaciones de “Viva Chile” hayan podido connotar un trasnochado nacionalismo, también expresaban la añoranza por el terruño, además del deseo íntimo y compartido de que aquella tierra tan lejana de la cual se es originario, sea finalmente bondadosa para las generaciones que vienen.

La protesta social realizada en Berlin y en otras ciudades del mundo, fue un hecho político de gran valor simbólico para los chilenos y chilenas que viven en el extranjero. Constituyó también una valiosa oportunidad para descubrir con gratitud la fraternidad internacional. Y aunque las chilenas y chilenos que residen fuera del país de origen se encuentren en la vergonzosa situación –amparada por la clase política chilena- de no poder votar y elegir sus representantes desde el extranjero, sí reconocen que están lejos de la inmovilidad sociopolítica que al modelo de desarrollo neoliberal chileno le interesa construir.

Lo que fue un acto de dignidad es ya un proceso político en marcha.

martes, 15 de marzo de 2011

El Consenso Neoliberal chileno: De Termoeléctricas, Negociados y Goles de Mitad de Cancha


En Chile llamamos a eso “desayunarse”. Enterarse de algo “chocante” sorpresivamente. No sé si la denominación de “chocante” proviene del anglisismo schock, ni tampoco si la noticia generó sorpresa en muchas personas. Pero la sensación estomacal fue desagradable o, al menos, perturbadora. Como un alimento en dudosas condiciones ingerido a primeras horas de la mañana. Es decir, un mal desayuno.

Un amigo chileno de mis tiempos de adolescencia, el “gato” Vallejos, me lanzó el link a la cara. “La izquierda y la derecha en el mismo negocio” –me espetó a quemarropa. Un link de Youtube del cual colgaba la frase de entrada “El tono maternal de Bachelet me parece ahora falso y peligroso, muy peligroso”. Con esas palabras concluye el periodista chileno Tomás Mosciatti, en un enlace de radio Bio Bio para el canal de televisión CNN Chile, su reporte acerca de un casi probado y vergonzoso vínculo entre el gobierno de Michelle Bachelet –ella incluida- y altos funcionarios de la actual administración de Piñera, para aprobar el funcionamiento de la Termoeléctrica Campiche, en la provincia de Valparaíso - Chile. El link donde Mosciatti hace de interfase para difundir lo que Wikileaks puso a disposición del estómago de los chilenos y de la humanidad es http://www.youtube.com/watch?v=mEofyQl9LiU.

El gobierno de Michelle Bachelet habría autorizado el funcionamiento de la mentada termoeléctrica perteneciente a la megaempresa estadounidense AES Gener, en un área verde. Esto a pesar de que la Contraloría General de la República había resuelto que Campiche no se podía instalar en ese lugar. Lo mismo habría opinado la Corte Suprema de Justicia: en un área verde ni en sueños se puede instalar una termoeléctrica. Lo inquietante es que la Comisión Regional de Medioambiente (COREMA), en conocimiento de estos antecedentes, se habría alineado con el Gobierno de Bachelet para pasarse la institucionalidad por su mejor parte.

El problema es que son las instituciones las que hacen evidente el vínculo dinámico entre el mercado, las oportunidades (cuando son universalizadas), las fuerzas políticas en juego y los procesos sociales y culturales. Y en el contexto chileno y latinoamericano la construcción de organizaciones e instituciones se ha dado –muchas veces- en función de los intereses de las elites, independiente del color político del gobierno de turno. Porque en este caso se habla de funcionarios de absoluta confianza de la Presidenta Bachelet torciendo el Estado de Derecho, para dejar pasar el Lobby en una secuencia poco ética de operaciones político-financieras. Y aquí la frase favorita chilena de que “las instituciones funcionan”, obviamente es correcta; las instituciones funcionan, pero en favor del negocio de las elites. Y a la perfección. La solución legalista habría sido la publicación del Decreto Supremo 68, promulgado el 31 de Diciembre de 2009, por parte del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, el cual modifica la Ley Urbanística Nacional con relación al Uso de Suelos para Fines Productivos. Mosciatti, con tono molesto, remata definiendo esta operación como un acto de sastrería política, donde la modificación legal consiste en una suerte de “traje a la medida”.  Pero, en este caso, un traje perfecto para la oscura corporalidad de los gringos de AES Gener.

Con relación a la parte más débil de la historia, la Municipalidad de la comuna de Puchuncaví se habría opuesto al proyecto. Sin embargo, a los pocos días -de manera surrealista- el Consejo Municipal se habría reconvertido y mostrado aquiescente con la noble iniciativa norteamericana, gracias a generosos aportes a sus agradecidas arcas municipales. Es sorprendente que ni la comisión de la cámara de diputados mandatada para investigar este contubernio haya funcionado en modo alguno. Ni los responsables políticos de aquel entonces, Patricia Poblete (ministra de vivienda), Edmundo Pérez Yoma (ministro del interior, pero vicepresidente de la república en aquel momento), ni la propia ex - presidenta han dado explicaciones al respecto. Se sabe que AES Gener, a través del embajador norteamericano en Chile, Paul Simons, llevó a cabo fructíferas conversaciones con el gobierno chileno destinadas a lograr la aprobación del negocio. De estas conversaciones no se habrían escapado ni las carteras ministeriales de Minería y Medioambiente. Todos alineados y obedientes ante el poderoso capital del gigante del norte. De la presidenta para abajo.

Pero, pasando a la vereda del frente, se reconoce en esta historia la participación del estudio de abogados de AES Gener, donde operaba Rodrigo Hinzpeter antes de ser el actual ministro del interior del gobierno de Piñera. También la presencia de la empresa lobbysta AZERTA de Cristina Bitar; ambos -junto a otros- son los mismos niños bonitos de la derecha chilena, vinculados hasta el cuello con el actual gobierno que acaba de aprobar hace pocos días el funcionamiento de la termoeléctrica a carbón Castilla (ver http://www.elmostrador.cl/sin-editar/2010/10/07/la-llegada-de-cristina-bitar-a-la-termoelectrica-castilla/).

Todo este rápido recuento de Mosciatti deja en evidencia que los principales sectores políticos chilenos, ya sean oficialistas o de oposición, se encuentran sin mínimos roces en el difuso terreno de los intereses económicos del momento. Sin embargo, la pregunta es qué les pasa a los chilenos cuando –como respuesta- toman plácidamente palco ante el feliz cierre del negocio. O, al menos, la incomodidad no los mueve ni un milímetro de sus butacas. Pareciera que los dueños de la billetera y del lobby, más que generar rechazo en la ciudadanía, hacen secretar copiosamente adrenalina producto de la admiración. Desde afuera da la impresión de que la base social no trata organizadamente de generar un proyecto-país a largo plazo, sino que inyecta toda su energía existencial (y su propia individualidad exacerbada) en tratar de recibir algún trozo del pastel que la fiesta de la elite económica deja a los quintiles inferiores de la población. Cuando no se tiene –individual o colectivamente- injerencia en la vida pública, en la vida que concierne a todos, la vivencia de desempoderamiento político emerge y se redirigen los intereses de las personas hacia la dimensión privada de la supervivencia económica y del deseo de alcanzar un estatus social eminentemente personal.

Es cierto que la crisis de representatividad generada por el sistema binominal implementado por Pinochet, es en parte responsable de la creciente inmovilidad política de la sociedad chilena. Pero, a estas alturas ya no quedan dudas de que ninguno de los sectores políticos que compiten periódicamente en elecciones hace 20 años, haya padecido insomnio por el binominalismo chileno. El cálculo electoral es más seguro y se evitan así los comportamientos impredecibles de la base social, cuando ésta –en toda su diversidad- se empodera y se hace protagonista de su propio destino. Imaginar a Chile cambiando la Constitución pinochetista, derogando el sistema binominal (también pinochetista) y poniendo por delante la lucha por los derechos políticos, económicos, sociales y culturales, parece ser el guión de una buena novela de política-ficción. Para una gran mayoría de chilenos el modelo capitalista neoliberal se transformó en una verdad absoluta, inamovible e incuestionable, evidenciándose con ello la manera en que en una cultura un mito, una creencia ilusa, puede llegar a vestirse de certera realidad.

No es de extrañar que la derecha se regocije con esta suerte de engaño; pero, que la izquierda chilena haya retirado de su análisis y de su acción política el cuestionamiento al mito que ubica al modelo económico chileno -apenas regulado- como la única forma de desarrollo posible, explica en gran medida la suerte de colusión política observada en el negociado de las termoeléctricas. Siempre debimos sospechar de aquella clase política que temblaba ante la posibilidad de arremeter críticamente contra la ilusión neoliberal. Así como de esa clase política que abandonaba el sano ejercicio de construir nuevas ideologías políticamente empoderantes. Pero, éramos niños maltratados y cansados sobrevivientes de la prepotencia militar de los años 70 y 80. Nos mandaron para la casa y/o anestesiaron nuestros sueños de un mundo mejor con la morfina de la tarjeta de crédito y de la capacidad de consumo. Nos desclasaron y nos vendieron la consigna de que el futuro del país es fruto del espíritu emprendedor, individual e innovador. Que la política era para los políticos y que nuestra función en ese escenario era periódica y disciplinadamente sufragar, sin osar hacer de la crítica una molesta costumbre.

Y mientras nos fuimos a ver cómo sobrevivíamos, cómo hacíamos para cambiarnos a un barrio “mejor”, mientras nos vestíamos con la moda del éxito económico individual y hablábamos con la papa en la boca, se nos olvidó que el país es de todos; de aquellos que lo construyeron y que ya no están; de aquellos que sí están, pero que el futuro de sus nietos es sólo una entelequia de la cual no se es responsable; de aquellos que aún no están, pero que probablemente heredarán de los que sí están ahora un mundo más miserable.

Romper el mito neoliberal no es sólo una exigencia moral, sino un imperativo de justicia. Cierto movimiento telúrico se está produciendo, no sólo en la configuración geológica chilena, sino que en la conciencia social y política de sus nuevas generaciones. Sin embargo, Mosciatti no exagera. Lo de las termoeléctricas fue un gol de mitad de cancha. Realmente, los niños bonitos de la sociedad chilena, con un buen espaldarazo gringo, nos pasaron sin asco y por enésima vez “gato por liebre”.

viernes, 7 de enero de 2011

De la Impotencia del Pueblo al Contrapoder Social ¿Fin del Rebaño en Chile?


Para muchos la propia impotencia, esa compleja emoción asociada a la falta de poder para dirigir o modificar el curso del destino, se está transformando en una rabia subterránea. En este caso, me refiero a la exasperación social, a la indignación ética y política. Es una rabia que se mastica soterradamente, pero que tiene sus días contados en cuanto a su permanencia bajo tierra. Porque desde la geología hasta el mentado psicoanálisis y la sociología –así de amplio el abanico disciplinar- ha existido el consenso de que la acumulación de fluidos, de gases, o bien, de energía psíquica o social, en algún momento ejerce su presión hacia afuera, hacia la superficie, irrumpiendo a borbotones o bajo la súbita forma de una erupción. El descontento individual puede llegar a ser colectivo y, en condiciones especiales, transformarse en contrapoder social.

La impotencia y la rabia consiguiente siempre han connotado más rebeldía que sumisión. Y me alegro de que sea así. En la política, así como en la vida misma, es de suma importancia considerar esa diferencia. Una cosa es estar amarrado de manos y desear romper las ataduras y otra es dejar de forcejear contra las cuerdas o encontrar hasta cómodo –es extraño el ser humano- el nudo apretando las muñecas.  La disyuntiva ahora obliga a mirar al contrapoder social o al “pueblo”, auscultando su eventual orientación insumisa o su grado de mansedumbre. Porque la elite política concertacionista ya dio suficientes muestras de docilidad política dejando intacto el modelo económico heredado por la dictadura. Y en el actual modelo neoliberal, la docilidad social y política es un delicioso banquete para la digestión de la derecha chilena. Como la bucólica vista del patrón de fundo cuando ve pasar, en el hall de la puerta señorial, su ordenado rebaño de corderos o su corral de pavos arribistas.  Eso lo aprendimos a punta de sangre y a culatazos de fusil sedicioso.

En un futuro no muy lejano, quizás ya no sea la actual elite política opositora la que realice una defensa efectiva de los derechos sociales y políticos conquistados, sino que el pueblo de Chile, esa misma base popular  organizada que en 1990 fue enviada para la casa por la precaria transición concertacionista. Pareciera que la base social está despertando de esa modorra que la convirtió en una masa de ciudadanos consumidores durante más de veinte años. De esa metamorfosis de la cual muy pocos se escaparon y que ahora, ante el extenso listado del accionar derechista que declama malos versos de eficiencia, está comenzando a sobrepasar los laxos límites de tolerancia que erigieron chilenas y chilenos durante tantos años.

Al menos perplejidad le producirá al más indolente la clausura de centros contra la violencia a la mujer por “falta de casos”, como si fuesen departamentos comerciales de un retail o la reducción de las horas en las asignaturas de historia y educación cívica, menguando la capacidad crítica de millones de niños y jóvenes chilenos. Algo extraño experimentará hasta el más distraído cuando se entere de que Cencosud lucró descontando impuestos por mercaderías que donó tras el terremoto de Chile, para luego cobrar por ellas. Alguna incomodidad generará que la compra de materiales para la reconstrucción haya sido adjudicada por el gobierno derechista –entre cuatro paredes- a tres empresas líderes del rubro, las que incluso subieron el precio de algunos productos. Un poco de vertigo o confusión sentirá aquel que vea como Piñera pretende privatizar el agua de todos los chilenos, proceso que comenzaron Frei y Lagos. Sí, Ricardo-Lagos-Escobar: el mismo que apuntó con el dedo en televisión al dictador chileno. El listado es largo y abrumador, a pesar de que aún no completa un año este negociado a destajo que se llama “nueva forma de gobernar”.

El problema para Piñera y para los grupos económicos que exudan festivos su flamante alternancia en el poder (y también para algunos neoliberales en lo económico con discurso de izquierda), es que el pueblo chileno está comenzando a hacerse –ahora con más frecuencia- preguntas de mayor profundidad. La subordinación del pueblo chileno ante el actual desmantelamiento del reducido bien público que disponíamos a pesar de más de treinta años de fiesta neoliberal, la sumisión de ese mismo pueblo que puso el 17 de enero de 2010 a la plutocracia en el poder, constituye un capítulo sociopolítico de la historia chilena que en algún momento debiese concluir.

Muchos se están cuestionando cómo, por las legítimas razones que hayan esgrimido, pudieron deslumbrarse con la mediocre poesía del multimillonario. Otros nos preguntamos cómo pudimos pasar por alto que el proyecto concertacionista no tenía, ni por si acaso, interés en transformar –por la vía política- este modelo de desarrollo económico inhumano y despiadado, como también que más tarde iba a defender con uñas y dientes el regreso de Pinochet a Chile, tras su detención en Londres. Como si la elite política a diestra y siniestra se hubiese puesto de acuerdo, después de las sesiones televisadas, en ocultar el hedor genocida que emanaba el dictador y en felicitarse de sus asépticas reformas con sabor a caviar.  Si no se trata de una suerte de sumisión voluntaria y consciente (cosa que daría escalofríos) que raya en el nihilismo político o en una vocación cuasi religiosa de corte inquilino, la visión de una masa ovina complaciente sería sólo una mala quimera de un empresario apoltronado en La Moneda, embriagado de feudalismo decimonónico.

Y esto, debería dejar lecciones éticas y políticas para todos. Con la compleja emoción de la impotencia no se juega. Nunca.